LAS ARISTAS DE LA OJIVA: Renacer.

"Renacer"

Si no fuese por la esperanza, el corazón estaría roto.
Thomas Fuller.

Fue lo que nos mantuvo, volverte a ver abrazado al único cetro que deseas. Tu cruz, huérfana, no ha encontrado hombro mejor que el tuyo durante tantos días, y no será porque no hayamos intentado cargarla a ratos para menguar su tormento, pero tu espalda es un acomodo insuperable, el único y verdadero socorro del mundo. Sabíamos que volverías, porque tú siempre vuelves, y aunque la virtud es lo último que abandona al corazón nazareno de quienes te necesitan no una, sino todas sus madrugadas, la distancia y el péndulo se estaban haciendo cada vez más insostenibles.
Sabíamos que volverías, porque Tú siempre vuelves. Tu casa y tu familia necesitaban del sol que irradian tus pupilas, porque la voluntad de tu mirada es la fuerza del discurrir cotidiano. Esa palabra última que sale de tus labios en cada despedida en la verja es la cruz y la espada de los penitentes que descansan reconfortados, desde aquel día que volvieron a intuir tu silueta, disimulada entre las cortinas que marcan la frontera entre la tierra y lo celestial.
Sobre el mismo suelo que pisamos nos recibiste, como si acaso nosotros estuviésemos a tu altura. Renacido y despojado de los avatares del destino te encontramos. Renacido y despejado de toda señal del discurrir temporal de los días. Renacido y dispuesto a proseguir el camino justo por donde lo dejaste.
Y hoy, abierto ya el cancel de un nuevo tiempo de conversión, aguardamos para verte renacer en tu espacio más sagrado, la calle, y en tu hábitat natural, la oscuridad. Nos merecemos, Señor, envolvernos de nuevo en un crisol de sentimientos encontrados, donde las miradas compasivas, las especies humeantes y las titilantes luciérnagas de cera, abonen el camino pedregoso donde florece el lirio que nunca se troncha, ni se tronchará jamás.
Tus manos sostienen a un mundo que no es capaz de sostenerte la mirada. Por eso, Señor, nos merecemos un rato de tu esplendor, pero que sea a oscuras. Que se despejen las aristas de la ojiva, cuando ya Helios, con su carro haya recogido de los cielos hasta el último gramo de sol. Y escondidos ya los resplandores del crepúsculo sobre el horizonte del océano infinito, derrámate sobre el granito de las calles.
Que se abran las puertas de la Cuaresma al hijo de Dios. Que llegue hasta nuestros corazones el Nazareno de la mirada profunda. Que lo dibuje Caravaggio emergiendo de las sombras tenebristas. Dios vuelve a estar con nosotros. Dios ha renacido allá donde la pureza es prisión y frontera de la esperanza. Viene empapado de ilusión, deseoso de crear nuevos mundos y ávido de penitentes que un futuro sean sus pies cada madrugada.
Dios vuelve a estar con nosotros, y además viene para quedarse siempre en tu corazón. Disfrútalo, será la primera vez que puedas mirarlo envuelto en la penumbra de una noche de marzo. Será, Alejandro, la primera, pero no la última que Dios y tú os crucéis en el camino. Seguirlo o no solo será decisión tuya, pero Él que nunca deja cabos sueltos, ya ha inició vuestro acercamiento hace meses, porque mientras tú nacías, tu Señor renacía. ¿Puede existir un vínculo mayor?

Alfonso J. Madrid

Foto: Manuel V.