Aun no te has ido y ya te echo de menos,
cuento las horas para vernos de nuevo...
cuento las horas para vernos de nuevo...
Vanesa Martín
Nos tienes acostumbrados a tanta majestad, que verte así nos sorprende… y nos duele en lo más profundo de nuestro ser.
Te han liberado de la Cruz, Señor. Y ¿ni así te permites la licencia de erguir tu espalda y mirar al mundo de frente? ¡Siempre humilde, hasta el final!
Tu espalda quebrada, descansa hoy de tanta culpa. Acostumbrado a la presión del madero de la ingratitud sobre tu hombro, no vas a sentir durante un tiempo la cruz con la que te cargamos hace tres cuartos de siglo. Será, el mismo tiempo durante el que yo no podré sentirte, aunque nunca olvidarte. Descansarás de ella los días que sean necesarios para sanar tus heridas: ¡poco es lo que pides para todo lo que regalas!
A donde naciste vuelves: tierra sevillana. Vas a una calle donde reside la Esperanza, a un espacio de pureza en el que renovar tus fuerzas para seguir así, soportando la Cruz, que en La Palma nos dejas. Vas a reponer tu entereza para seguir caminando con tu potente zancada, sobre el pedestal al que La Palma te encadenó para que no la abandonaras. Vas, una vez más, a intentar hacer más ligera la carga de Simón de Cirene.
Señor, tus manos, ¿tus hermosas manos tampoco son ahora libres para hacer lo que te plazca? ¿Ni tan siquiera ahora que te has liberado de la ingrata carga del pecado de la humanidad? ¡Maniatado estás Señor!, como en otros tiempos, aunque no a la columna de los siglos o el flagelo de los azotes primitivos. No, lo que anuda tus manos ahora es, el corazón del pueblo que te considera su Señor. En tus manos se nos van contigo todos los secretos susurrados en la reja del sagrario mudéjar. Se nos van las mañanas de oraciones, las visitas inesperadas, la alegría de sentirte en la cercana lejanía de tu hornacina.
Y solo se nos queda, el alma en vilo, un mundo mucho más triste y la oportunidad de solicitar tu socorro en la mirada de plata que velará por tu ausencia.
Mi Señor de los ojos asustados, te vas, y soy yo el que tiene miedo. Mi Señor de la mirada infinita, te vas y aunque se que volverás y que el viaje será fugaz y reparador, no deja de reverdecer en el corazón mi egoísmo de hombre. ¿Qué haré cuando mis hermanos me defrauden?, ¿cuándo me abandonen?, ¿cuándo pierda el apoyo de los humanos y no te encuentre en tu hornacina?, ¿quién será ahora mi cirineo?
Nadie que conoce las heridas de tu espalda puede estar indiferente ante tu ausencia, porque ante Ti, todo es nada, pero sin Ti la nada es infranqueable. Siete meses, ojalá fueran menos, aunque el tiempo no importa, porque un solo día que vivamos separados de Ti, será la eternidad misma para La Palma. Siete, vamos a vivir siete meses huérfanos de tus caricias, ¿existe alma que pueda resistirlo?
Los hombres nos sentimos pequeños ante Dios, e insignificantes sin Él. Por eso Señor, no tarde en volver, que tras la ojiva, Simón te espera .
Alfonso J. Madrid
Foto: J.D. González