SANTO ENTIERRO: Crónica - Cultos de Cuaresma.

El nombre de la devoción.
Y detrás de ti siempre queda el vacío, la muerte saca a pasear sus perfiles cuando tu luz se marchita entre naranjos agotados del blanco del azahar. Siempre tras de ti la vida cae, el mundo gime el desconsuelo de un dolor que clama al cielo y borda de negro el que debía ser un cielo estrellado. Solo tu nombre queda, porque lo demás siempre se esfuma efímero.
Será el silencio de tus días o el bullicio de tus horas, será el recuerdo de los que no están o el olvido del que tenemos al lado, será tu mirada perdida o que nos perdemos en ella, será el reflejo del pasado o que en ti nos reflejamos,... Serás y será, siempre Dolores, el último aliento de la Buena Muerte.
Hay quien habla de tu poder, de lo inabarcable de tu metro cincuenta, de lo que pesa tu llanto en las cuentas del rosario, de cuanto te piensa y te sueña La Palma, de lo que se esconde en lo oscuro de tu camarín... Eres el consuelo, el milagro y la esperanza de quienes no pueden más que aferrarse a lo hondo de tu nombre y repetirlo una y otra y otra vez.
Y te hiciste Semana Santa de nuevo, todo cuanto soñaba La Palma volvió contigo para marcharse tras tu manto.
Del 8 al 14 de abril la Hermandad Servita del Santo Entierro ha celebrado Solemne Septenario Doloroso en honor de sus Sagrados Titulares. Cultos cargados de mensajes dedicándose cada día a un colectivo: ancianos, jóvenes, asociaciones de acción social, costaleros, hermanos antiguos,... Muchos hermanos y devotos han acudido durante todos los días a este Septenario.
Para este culto la Hermandad dispuso un elegante altar en el que brillaban el Santísimo Cristo de la Buena Muerte y María Santísima de los Dolores. El dosel acogía en la parte alta del altar a la Virgen de los Dolores que se presentaba bellísima, luciendo saya blanca bordada en oro del siglo XIX atribuida a las Hermanas Antúnez, manto negro de las hojas de parra, pecherín bordado, antigua corona imperial de plata y exquisitos encajes de bruselas enmarcando su fino rostro. En su pecho brillaba el corazón de plata traspasado por las siete espadas de dolor. A los pies de la Virgen, se alzaba un barroquísimo camastro en el que reposaba el cuerpo del Señor de la Buena Muerte, entre terciopelo negro, flecos de hilo de oro y antiquísimas sábanas de fino lino. Sobre su cabeza las potencias de plata señalaban su infinita divinidad, porque aunque su sangre se derramase en una cruenta muerte su linaje divino nunca fue derrotado. Dos ángeles con atributos pasionistas acompañaban al Señor de la Buena Muerte, cuyos pies quedaban a la altura de los devotos, quienes depositaron más de un beso de amor en ellos. Espesa candelería de cera blanca iluminaban el clásico conjunto, que se completaba con varios centros florales a base de flores de tipos variados en tonos blancos, entre las que se encontraban gladiolos, liliums y margaritas.
El 15 de abril el Santo Entierro escribió un nuevo capítulo en su historia. Fue Viernes de Dolores, fue el día de su Función Principal y fue el Besamanos de la Señora... sin embargo el cariz histórico lo pusieron varias circunstancias importantes como que Mons. D. José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva, oficiase por primera vez esta Función del Viernes de Dolores o que visitara nuestra Parroquia en esa tarde-noche la Cruz Peregrina de las JMJ y el Icono de María "Salus Populi Romani" o la presencia de nuestra Excelsa Patrona en todos estos cultos en el año de su Coronación Canónica.
Radiante y bella, envuelta en la luz de la atardecida y con dolor en sus sonrojadas mejillas, volvía a marcar el final de las vísperas de una Pasión que se desata tras Ella sin frenos. Era la Virgen de los Dolores, la que congregaba en la Parroquia a todos sus hijos y devotos en su tarde cuaresmal, en su tarde de amores, en esa tarde que muere en el azahar de su peana y que se pierde entre las cuentas del rosario de sus manos.
Fue Ella la que entregó a su Hijo, la que nos dio la Buena Muerte, la que volvió a estar al pie de la Cruz, Cruz que en esa jornada fue de los jóvenes.
Se presentaba hermosa sobre una pequeña alfombra de hojas de naranjo y azahar, perfumada por dos elegantes fuentes de antirriniums blancos y liliums rosas que sintieron el calor de la cera derretida que caía entre sus pétalos. Manto negro de salida bordado en oro por Rodríguez Ojeda, saya negra de la Convivencia bordada en 2008 en el taller de D. Pedro Pablo Gallardo, tocado de fina mantilla y corona imperial de plata completaban la vestimenta de la Santísima Virgen.
Tras la Madre de los Dolores, quedaba el imponente altar, en cuyo centro fue entronizado el Santísimo Cristo de la Buena Muerte, al que los querubes y ángeles fueron arropando entre cánticos que anunciaban la gloria de su Resurrección.